Hablemos de zapatos

No sé ni cómo estructurar esta entrada. Muestra de ello es que lleva en borradores desde el año 2017. Ya va siendo hora de hacer algo al respecto, ¿no? Pues bien, después de darle unas cuantas vueltas he decidido escribirlo todo como me salga de los ovarios. A fin de cuentas, de eso trata este blog, ¿no? De escribir lo que me dé la gana, cuando me dé la gana y como me dé la gana.

Pues bien, dicho esto, hablemos de zapatos…

La verdad es que nunca he sido una gran apasionada de los zapatos. Vamos, que para mí siempre han cumplido la función de proteger mis pies y poco más, nunca me he vuelto loca comprando pares y más pares. Aunque admito que siempre he sentido una atracción casi morbosa hacia los zapatos exageradamente feos. Cuando vivía en Belfast, recuerdo sentarme en el autobús y echar un vistazo a los pies de la gente hasta que llegaba a ese par de zapatos (sí, siempre había un par de esos) que eran tan sumamente feos que no podía parar de mirarlos. Recuerdo los codazos que le daba a mi pareja de entonces mientras le decía en voz baja: «los zapatos, mira los zapatos» ante su estupor por mi terrible descaro.

Sin embargo, a mi hermana siempre le han encantado los zapatos, y la moda en general, y tenía pares que llenaban cajones y armarios (tal vez exagere un poco, pero para mí eran muchísimos pares). Lo gracioso vino unas Navidades cuando mi madre encontró un libro en El Corte Inglés, si mal no recuerdo, titulado «La reina de los zapatos» de Anna Davis, y le hizo tanta gracia que se lo regaló a mi hermana.

La mañana de Reyes, al abrir los regalos, mi hermana se quedó con cara de «¿y qué narices hago yo con un libro?», así que acabó en una estantería en el salón de casa, condenado al olvido.

Un tiempo más tarde andaba yo buscando algo que leer y allí estaba «La reina de los zapatos». ¿Alguna vez habéis oído eso de no juzgar un libro por su portada? Pues eso. Nunca juzguéis un libro por su portada. Recuerdo mirarlo con recelo, pensando que iba a ser una de esas novelas rosas estúpidas, típico libro «chick lit» (nada de malo con esos libros, simplemente yo no los disfruto, soy más de sangre y destrucción). Aun así, no teniendo otra cosa que leer, decidí darle una oportunidad. No sabéis cómo me alegro de haberlo hecho.

«La reina de los zapatos» es una novela ambientada en un París bohemio en el que nos codeamos con grandes artistas de la época, mientras la protagonista nos muestra lo lejos que pueden llegar la ambición y la codicia humana. Cuando un afamado zapatero se niega a hacerle un par de zapatos, esta se adentrará en los mundos más oscuros, se arrastrará hasta lo más bajo de la dignidad humana para hacer que el zapatero cambie de opinión y vivirá una historia de amor de lo más trágica en el transcurso de la historia.

No, yo no lo catalogaría como novela romántica porque la historia tiene mucha más profundidad que un simple romance. Este libro nos adentra en las angustias y preocupaciones individuales y en lo más rastrero del ser humano, sin finales felices, sin romances empalagosos. Tal vez sea más bien ficción histórica, pero ¿quién soy yo para categorizar un libro? No tengo ni idea…

Hasta aquí genial, pero ¿qué tiene que ver el libro con lo que procedo a relatar? Pues, aparte de hablar de zapatos, supongo que nada, pero me niego a hacer entradas separadas, simple y llanamente.

Desde que vi el documental The true cost, me reafirmé en la necesidad de buscar alternativas más éticas en cuanto a ropa se refiere. Siempre había tenido claro que jamás compraría ropa con componentes animales (gran chasco me llevé cuando detecté una mini etiqueta de cuero en un pantalón que compré hacía tiempo, ¿por qué, por qué, por qué? Por desgracia, soy humana y cometo errores). Sin embargo, aunque ya tenía claro que la industria textil no era lo más ético del mundo, no tenía ni idea de lo extremadamente contaminante que era, por no hablar de la violación de los derechos de los trabajadores involucrados en la elaboración de todas esas prendas.

Mi solución más inmediata fue optar por comprar en tiendas de segunda mano, así no estaría contribuyendo al problema y, a la vez, estaría dando una segunda oportunidad a esa ropa que había sido desechada por sus anteriores propietarios. Pero, ¿y los zapatos? Siendo lo tremendamente escrupulosa que soy, los zapatos de segunda mano me generaban mucha ansiedad, por lo que me vi obligada a buscar alternativas éticas en el más amplio sentido de la palabra.

Las tres marcas de zapatos que encontré que reunían todas mis exigencias (ser veganas, sostenibles y cuyos trabajadores recibieran un sueldo y unas condiciones de trabajo justas) fueron las siguientes:

Vegetarian Shoes

NAE

Flamingo’s Life

Es cierto que son mucho más caros que los pares de zapatos que puedes encontrar en cualquier tienda de moda rápida, pero también son muchísimo más duraderos. A mí, desde luego, no solo me compensa sino que me deja la conciencia tranquila.

Actualmente solo poseo cuatro pares de Flamingo’s Life (bueno, tengo unas Nike también, no hablemos de eso, no soy perfecta) y creo que seguirá siendo mi marca de referencia mientras sigan fabricando las zapatillas en las mismas condiciones que hasta ahora.

Bueno, y ¿ahora qué? La que se avecina. No, no, que hablo de la serie. ¿En serio? ¿Qué tiene que ver con zapatos? Pues se ve claramente en la foto que viene a continuación, pero me explico:

En el piso de Javi y Lola hay un cuadro que me costó algún tiempo descifrar qué había en él, ya que la cámara nunca lo enfoca directamente ni permanece el tiempo suficiente en pantalla como para observarlo detenidamente. Pero al fin conseguí ver lo que era: se trataba de un mosaico del plano cenital de diferentes pares de zapatos sobre distintos suelos y con diferentes prendas que cubrían las piernas que los calzaban.

El concepto del cuadro me pareció súper original, al menos, yo no lo había visto nunca antes, no con zapatos. Se me antojó que quería una copia para ponerlo en mi casa. Por desgracia, tras exhaustivas búsquedas por internet que no dieron fruto alguno, tuve que desistir y abandoné la idea de hacerme con el cuadro.

Sin embargo, un tiempo después, me di cuenta de que no solo podría tener el cuadro, sino que podría tener un cuadro único e irrepetible. Lo único que tenía que hacer era tomar fotografías de mis propios zapatos, así de simple.

Desde el año 2017 he estado tomando instantáneas de mis pies en diferentes lugares, cuando algún suelo me ha llamado la atención, cuando me he acordado o cuando me ha apetecido porque sí. A continuación hay unas cuantas de esas imágenes. Tal vez no sean las mejores que he sacado, pero son las que he podido encontrar más rápido entre mi terrible caos digital

Vale, pero ¿el cuadro para cuándo? Eso mismo digo yo… ¿Para cuándo, Patricia? Como no me ponga una fecha límite, siento que el cuadro no se va a materializar en la vida.

Bueno, al menos ya he soltado todo el rollo que tenía que soltar sobre zapatos. Espero que, si habéis llegado hasta el final, hayáis sacado algo en claro o, al menos, os hayáis entretenido.

Nos vemos en la siguiente entrada.

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